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jueves, 1 de agosto de 2013

Capítulo 4

Zaragoza, 17 de abril a las 12:00…
Mira el reloj por tercera vez, tiene ganas de que se acabe ya la clase y poder hablar otra vez con sus amigas. Necesita un poco de risa, de sonrisas, de carcajadas. Hoy ha sido un día bastante aburrido y estar sin ninguna de tus mejores amigas en clase no ayuda. No está sola, se lleva muy bien con sus compañeras, pero prefiere estar con sus tres mejores amigas, esas tías tan locas por las que daría la vida si hiciese falta.
Abre el libro de matemáticas por la página que le indica el profesor, se detiene un momento para ver si entiende algo, pero es inútil, no logra comprender nada y es que las mates siempre se le han dado mal, desde pequeña supo que las ciencias no iban a ser lo suyo, está convencida que este curso le van a caer mates y su madre lo sabe, pero siempre la anima para intentarlo.
Vuelve a mirar el reloj;  las 12:05, ya solo faltan 25 minutos y todo acabará, aunque todavía le quedan otras dos largas horas…
Decide abrir el cuaderno para fingir que está apuntando algo y que el profesor no le castigue. No sabe que escribir, se aburre demasiado y justo hoy se le ha olvidado el móvil en casa. Su madre se enfada mucho con ella porque utiliza demasiado el móvil y es que no lo puede evitar, ese aparatito es lo mejor que han podido inventar para ella.
Finalmente decide escribir su nombre, lo típico cuando te aburres. Luego lo pinta de un color rosa, su favorito, y lo adorna con unos pequeños corazones. Le encantan ese tipo de cosas, es muy romántica y aunque le hayan roto el corazón más de una vez, nunca ha dejado de ser así.
Una vez acabada su obra, sonríe satisfactoriamente y mira alrededor de su clase para ver si han avanzado algo. Todo sigue igual, su profesor igual de pesado con las derivadas y sus compañeros igual de despistados que siempre.
Acto seguido mira a su compañero de al lado, es nuevo, no habla mucho con los demás pero con ella ha tenido alguna que otra conversación interesante. Es bastante guapo y muy alto, si fuera más abierto seguramente tendría muchas chicas detrás de él, incluida ella. Alguna vez se le ha pasado por la cabeza la idea de si le gustaba, pero cayó en que no, simplemente era un amigo, además prefiere que su corazón no tenga dueño de momento, bastante mal lo pasó en su época cómo para que vuelvan a jugar con ella.
El chico se percata de que le está mirando y decide iniciarle conversación:
-          ¿Otra clase en la que te aburres?
-          Ya son demasiadas.
-          Deberías atender más.
-          Aunque atendiera, seguiría sin entender nada.
-          Si te pusieras las pilas lo conseguirías.
-          Es demasiado difícil.
-          Si quieres yo te podría ayudar.
-          ¿De verdad?
-          Claro, por una amiga lo que haga falta.
-          Pues me harías un gran favor.
-          Eh vosotros, ¿se puede saber que estáis hablando?
Los chicos dejan de hablar y se percatan de que su profesor les está mirando.
-          Nada, sólo le preguntaba una duda.
-          Pues pregúntemela a mi
-          Da igual, ya me la ha solucionado Nacho.
-          Pues entonces quédese calladita, señorita Fernández.
La chica se calla avergonzada, oyendo de fondo unas pequeñas risas entre sus compañeros. Odia que le llamen así, y lo saben, pero es su apellido y lo tendrá que llevar hasta el final.
Vuelve a mirar el reloj;  las 12:23, ya quedan menos de diez minutos para que acabe este horror de clase, no la aguanta, ni a la asignatura ni al profesor. Son odiosos, sobretodo el Señor Maeztu. Es el típico hombre aburrido de cuarenta y pocos años que solo se divierte a costa de mandar más deberes. A veces parece que lo hagan a posta eso de ser tan muermos.
Bosteza, cierra el cuaderno y mira fijamente la pizarra, no porque quiera atender, sino porque le gusta perderse entre esos números, adora que su mente se salga de la clase y que no vuelva hasta que el timbre indique el final de hora. Necesita vacaciones, las necesita ya, y lo peor de todo es que queda aún dos meses y unos exámenes que no está segura que vaya a aprobar.
Vuelve a mirar una vez más el reloj, las 12:27. Se le están haciendo estos minutos los más largos del mundo.
Estresada por todo, resopla. Nacho le oye y se ríe. Ella sonríe, él sonríe, los dos callan.
Nacho decide volverle a hablar y así esos minutos se les pasaran más rápido:
-          ¿Cuánto queda?
-          Tres minutos
-          Pues ya queda poco.
-          No lo aguanto más.
-          ¿Con quién te vas a ir a la salida?
-          Supongo que con las otras tres.
-          ¿Te apetece venirte por mi camino y de paso me quedo un rato hablando contigo?
-          Vale, pero no sé si me pillará de paso.
-          Creo que sí, vivo por San José ¿y tú?
-          Por Torrero.
-          Bueno si eso, nos quedamos un rato en la salida y ya está.
-          Mejor.
Se oye un pitido de fondo. Diana salta de la silla dispuesta a dirigirse hacia el pasillo, pero para su desesperación el profesor los retiene unos minutos más para mandarle los deberes. Diana no se los apunta, está segura que no va a saber hacerlos y pasa de intentarlo. Abre la puerta y detrás de ella salen una jauría de compañeros suyos como si nunca hubieran salido a la calle. Poco después se abren las puertas de las demás clases y se dirige hacia la de 3º B, la más cercana a la suya. Ve venir a Paula y la abraza.
-          ¿Qué tal el oral?
-          Regular, me he puesto nerviosa y en algunos momentos me he quedado en blanco.
-          Bueno no te preocupes, no cuenta mucho para la nota final.
-          Menos mal.
Más tarde llega Pilar, bastante satisfecha y les saluda con un abrazo a cada una.
-          Buenas chicas.
-          Buenas.
-          ¿Qué tal te ha ido con el señor Maeztu?
-          Penoso, cada día entiendo menos matemáticas.
-          Pobrecita.
Diana le saca la lengua en tono de burla, y la otra la abraza. Le gustan esas bromas con sus amigas, sobre todo si luego le piden perdón con un abrazo.
Luego llega Sara, corriendo desde la otra puerta de 3º C. Decide gastarle una broma a su amiga y le tapa los ojos:
-          ¿Quién soy?
-          ¿Santa Claus?
-          No tonta, soy yo, la guapa de tu amiga Sara.
-          ¿No me digas? No me había dado cuenta, como sólo te conozco desde hace cinco años.
-          Tonta.
-          Guapa.
Las cuatro se ríen al unísono. Se conocen perfectamente como para distinguir su tono de voz del de los demás.
-          ¿Leíste mi mensaje?
-          Sí.
-          ¿Y bien?
-          No me hace mucha gracia.
-          Ala tía, que nos lo vamos a pasar genial.
-          Ya pero…
Diana no le deja terminar la frase. Le indica que se calle y que mire para otro lado. En ese momento María pasa por su lado. No hay palabras ni insultos, pero sí mucho odio acumulado.
Diana fija su mirada en ella, María prefiere no mirarla. Las demás se percatan de ello. Paula y Pilar deciden acompañar a Diana, Sara opta por mirar a otro lado. Le duele que su grupo de amigas se haya roto y quiere que todo siga como antes, las cinco juntas, sin discusiones ni nada. María cometió un error, y lo está pagando muy caro. Seguro que si sus amigas supieran como se encuentra su “examiga”, la perdonarían, pero le pidió discreción y no puede hacer nada.

Zaragoza, 7 de marzo a las 23:40…
Faltan veinte minutos para las 12, tiene ganas de que se acabe este día.
Hoy ha vuelto a discutir con Diana, ya no tiene ganas de pensar en nada más, solo de dormir.
Le duele que todo haya acabado así, se siente sola y todo por un estúpido que le hizo ilusionarse. Debió hacer caso a Sara y haberse alejado de ese tipejo que ha jugado con sus sentimientos y con los de su amiga.
Para colmo sus padres todavía siguen discutiendo y cada vez lo hacen más fuerte. Está harta de que se traten así de mal, le puede demasiado y ya no tiene ganas ni de escucharlos. Llevan toda la noche así y lo más triste es que esto se repite todos los días y cada vez por cosas más tontas. Teme que se separen, no soportaría alejarse de alguno de sus padres, pero a veces piensa que es lo mejor.
Necesita desconectar.
Enciende su portátil, inicia sesión y se mete en sus redes sociales; Tuenti, Facebook y Twitter. No tiene novedades. Nadie le ha echado de menos desde que se fue del instituto cerca de las dos de la tarde.
Tiene ganas de llorar, no sabe exactamente por qué. Quizás por lo de su amiga, o por lo de sus padres, o quizás por todo.
Abre el Youtube. No sabe exactamente que música escuchar. Sus manos empiezan a escribir solas y acaban poniendo; No te quiero olvidar de Anahí. Le gusta esa canción, pero en esos momentos es la peor canción que hubiera podido elegir. Unas pequeñas lágrimas caen sobre su cara recorriendo todo su rostro.
Abre la ventana del Tuenti. Un “amigo” de esos que agregas por agregar, ha cambiado su estado. Tiene puesta una dirección.

Descubre que es un blog. No tiene mala pinta. Baja el cursor del ratón y abre una entrada.

Y es justo en ese mismo momento en el que te das cuenta que todo cambió.
Que tu sonrisa ya no volverá a estar dónde hasta hace poco estaba, que tu mirada y la suya ya nunca se volverán a cruzar, que sus caricias no volverán, que ya no serás la causante de su felicidad, que esos mensajes jamás se enviarán, que esas noches en vela nunca más las pasarás hablando con él, que ya no serás la protagonista de sus sueños, que tu nombre ya no aparecerá todo el rato en su mente, que tu futuro y el suyo no son el mismo, que el destino no ha querido que sigáis juntos.
Pero también es en ese momento en el que comprendes que solo te quedan los recuerdos. Todos los momentos vividos junto a él nadie te los quitará, ni siquiera el tiempo.
Al fin y al cabo después de cada relación solo quedan los recuerdos, el recuerdo de un amor que nunca volverá.

Minutos de silencio en su corazón. La vuelve a leer otra vez, esta vez más pausadamente, sintiendo cada una de esas frases.
Parece que hoy el mundo está en su contra. Todo lo que le rodea le hace recordarle. Es curioso que al estar enamorada de alguien todo parece que te recuerda a él, aunque esa entrada no la hayan escrito por el mismo chico.
Quizás él era mejor que Sergio y no la engañó como hicieron con ella.
Ella nunca tuvo nada serio con él, pero le daba igual, solo quería estar juntos, daba igual si en secreto o el público, él era suyo y aunque lo tuviera que compartir con su amiga no importaba, si su amor era correspondido, o eso pensaba ella.
Mira el reloj; las 23:55. Parece que sus padres ya se han calmado. Suspira aliviada, pero sabe que esto no ha acabado. Mañana toca otra vez colegio y no sabe cómo lo va a afrontar. Solo espera que no sea peor que este y que el tiempo haga su trabajo.

Pero a veces cuando se cierra una puerta, no se abre una ventana…

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