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viernes, 1 de noviembre de 2013

Capítulo 25

Zaragoza, 17 de abril a las 23:47…
Ya son cerca de las doce pero todavía no tiene ganas de dormir. Lleva toda la noche dándole vueltas a un único pensamiento; él. Ha tenido que discutir otra vez con su madre. Afortunadamente no se ha dado cuenta de su pequeña desaparición, pero en cuanto la ha vuelto a ver, a los pocos segundos estaban ya de gresca otra vez. No quiere volverle a ver hoy al menos por esa noche. Esta vez necesita estar sola con sus pensamientos. La idea de que el amor que ella siente hacia él, no sea el mismo que el que pueda sentir el susodicho, hace que su corazón se encoja hasta tal punto de dejar de latir.
No ha hablado con mucha gente por mensaje, tampoco le apetecía. Ha apagado el móvil hace unas horas. Hoy no quería escuchar a nadie. Mañana; antes de ir al colegio, leerá esas conversaciones que se está perdiendo en este momento. Pero ahora no quiere, ahora necesita sentirse lejos de la realidad, lejos de esta pesadilla; de esta asquerosa pesadilla que es la vida. Le duele que Nacho pueda sentir algo por Pilar. Le duele que la mire de esa manera y a ella no. Le duele que la acaricie con esa suavidad y a ella no. Le duele que le dedique cientos de sonrisas suyas y a ella no. Le duele no ser ella la que reina en su corazón. Definitivamente, le duele que Nacho no sea suyo.
En ese momento odia con todas su fuerzas a Pilar, a esa amiga que siempre le ha ayudado y apoyado cuando necesitaba cualquier cosa, a esa chica que siempre ha estado a su lado, sobre todo después de lo que pasó con María. Sin embargo, todo ese cariño se difumina en lo más profundo de su corazón y es sustituido por una envidia matadora. La detesta. Odia esos ojos que  embelesaron a Nacho, odia esa sonrisa que le enamoró, odia esa melena que le cegó, odia esos labios que le tientan, odia esa asquerosa perfección que posee y ella no.
Los celos se apoderan de ella. No deja que ese cariño que siempre ha tenido por Pilar gane la batalla. Los ojos se le nublan, la mirada de tristeza desaparece y es sustituida por la mirada propia del mismo diablo. Le arden las manos. Tiene ganas de aporrear algo y lo único que encuentra a su alcance es una almohada de color rojo; el que representa al amor. Las mejillas se le enrojecen, las orejas le queman, los ojos parecen llamas marrones que aumentan cuanto más piensa en esa chica que enamoró al hombre de sus sueños.
No puede más. Está harta de todo. Coge el cojín y lo tira fuera de la cama. Le da varios puñetazos hasta que visualiza varias hojas en las que está escrito ese nombre, que desde el primer día que lo oyó de sus labios; le hipnotizó.  Las mira decisiva. No sabe muy bien si hacerlo o no, pero ahora mismo, el mal de amores gana la batalla y eso la hace muy peligrosa. Las rompe en pedazos, sin ningún miramiento. Los tira al suelo como si de confetis se trataran. Los pisa para asegurarse de que nunca más se volverán a unir, y de este modo no verá su nombre.
Sigue enfadada. No se ha desahogado del todo. Necesita gritar, pero sus padres están durmiendo y no quiere despertarlos, porque eso significaría tenerlos que ver otra vez.
Abre la ventana con todas sus fuerzas y chilla. Chilla de rabia, de celos, de envidia, de amor, de tristeza, de desamor…
Después de gritar, se queda en silencio. No le quedan fuerzas. Está sola. No hay nadie en la calle que la pueda ver y eso en el fondo le duele. Algo en su interior necesita que la escuchen, pero no es el momento.

Ya son las doce y diez pasadas. Tiene sueño y hoy ha sido un día muy largo. Recoge los papeles que tirado a causa de su enfado, coloca el cojín medio rasgado en la silla de su escritorio, abre las sábanas de la cama y se tumba. Apaga la luz pero no cierra los ojos. La oscuridad reina en su cuarto, al igual que en su corazón. Aquella chica sonriente y picarona está desapareciendo. Ya no queda rastro de lo que fue. Ahora es otra persona completamente distinta y lo malo es que esto aumenta cada vez que se va dando cuenta de lo dura que puede llegar a ser la vida…

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