Zaragoza, 17 de abril a las 18:50…
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<< ¡Qué aburrimiento de tarde! Si la
pesada de mi madre me hubiera dejado salir, ahora estaría pasándomelo genial
con Paula. Siempre tiene que estropearlo todo…>>
Sentada en la silla de su escritorio, Diana
intenta estudiar por enésima vez las oraciones subordinadas. Hoy le cuesta más
que otros días. Su madre se ha pasado con la tontería de no dejarle salir de
casa. Necesita aire fresco, salir, pasear, olvidarse de las oraciones
coordinadas, subordinadas y todo ese temario que hoy no le entra en la cabeza.
No sabe muy bien si abrir la puerta de su
cuarto y salir hacia el salón para pedirle a su madre salir un poco. Tiene
miedo de volver a discutir y no quiere tener más problemas. Le duele bastante
discutir con ella, pero a veces es demasiado controladora.
Finalmente cierra los libros y sale hacia
el encuentro de su madre, repitiéndose para sí misma que no se puede enfadar
con ella si quiere que le deje salir. Cuando llega al salón, observa a su madre
viendo la tele sentada en el sofá. Se ha percatado de su presencia pero no
quiere mirarle a la cara. Diana se queda en silencio y abre la boca con
intención de decir algo, pero las palabras se quedan en su garganta; no quieren
salir. La madre se da cuenta y decide romper el silencio;
-
¿Qué quieres Diana?- pregunta la madre posando
una de esas miradas penetrantes en su hija.
-
Mamá –empieza Diana- sé que me he portado un
poco mal antes, pero por favor, déjame salir. Me duele la cabeza y necesito
tomar aire fresco. Hoy no me entra nada en la cabeza. Te lo suplico; déjame
quedar hoy. Te prometo que mañana estudiaré el doble para amortizar la salida
de hoy.-mira a su madre con una cara de súplica. Hay silencio entre las dos.
Parece que la súplica de Diana ha funcionado, pero algo hace que la madre se
vuelva a poner firme y se niega a dejarla salir.
-
Diana, mañana es viernes; podrás salir toda la
tarde, así que; ¿por qué no aprovechas hoy para estudiar un poco? No dispondrás
de mucho tiempo estas semanas y todo el que puedas reunir será poco.
-
Pero mamá, ya te he dicho que hoy no me entra
nada. Por mucho que intente estudiar no voy a conseguir memorizar lo más
mínimo.
-
Te he dicho que no y no me discutas. No quiero
volver a tener la misma pelea de siempre.
-
Pero…
-
Nada de peros. Y ahora vete a tu habitación.
–responde su madre de manera tajante, negándose a continuar la conversación.
Diana decide hacer caso a su madre y se
retira a su cuarto. Cierra la puerta de manera brusca y se tira en la cama.
Quiere salir y lo va a hacer tanto si le deja su madre como si no.
Coge un bolso y pone en él, su móvil y el
monedero que había cogido antes de que su madre chafara sus planes. Se alisa un
poco la ropa que no se quitó antes, abre la ventana y observa la distancia que
hay hasta el suelo. Afortunadamente es un bajo y no hay mucha altura, así que
se sienta en el borde y da un salto. Cae de pie y rápidamente se aleja de su
casa para que nadie la pueda reconocer. Coge el móvil y marca el número de Paula, pero
no le contesta. Vuelve a marcarlo y tampoco. Decide llamar a otra persona para
ver si está con ella y así poder quedar también. La elegida es Sara, la cual
tampoco contesta a su llamada. Parece como si todos hubiesen apagado sus
móviles a propósito.
Camina hasta un parquecito. Se sienta en su
banco mientras piensa con quién quedar. Barajea la posibilidad de llamar a
Pilar, pero tampoco le contesta. Maldice en voz baja y se da por vencida. De
repente se le pasa por la cabeza llamar a alguien, pero desecha esa idea en el
momento que se da cuenta que no tiene su número. Es curioso que se sienta
atraída por alguien del que ni siquiera hace un mes conocía.
Tira la toalla y mete el móvil en su bolso.
Observa a los niños jugar entre ellos y no puede evitar sonreír. Esa escena le
hace recordar a su infancia; una infancia alejada de preocupaciones y de
quebraderos de cabeza. Cierra para sí misma y reflexiona en una entrada que
leyó hace unos días en un blog:
Cuando
era pequeña, siempre me iba a dormir temprano para levantarme cada mañana con
más fuerza. Me encantaba ir al colegio para estar con mis amigos. Después
deseaba que fuera la hora de recoger e ir al parque dónde era amiga de todos y
si había algún niño nuevo, a los dos minutos jugábamos como amigos de toda la
vida. Recuerdo que siempre estaba sonriendo y mi mayor problema era que mis
padres no me querían comprar ese muñeco que tanto pedía. También me acuerdo de
que cuándo quería algo, lo primero que hacía era echarme a llorar como una loca
para que mis padres se hartasen y me compraran lo que tanto deseaba. Adoraba
correr, algunas veces mis padres se enfadaban conmigo por escaparme tanto, pero
después; cuándo les miraba con esa carita de niña buena que poseemos todos los
niños pequeños, se les pasaba. Muchas veces, cuándo veía a los mayores hablar y
yo no entendía de que hablaban, la verdad no me importaba mucho, pues no
conocía lo que era la tristeza y en ocasiones cuándo se me ocurría preguntar
"¿qué pasa?", ellos me respondían "cosas de mayores". En
esos momentos deseaba ser mayor
Reconozco
que esos años fueron los mejores de mi vida y que en ocasiones los echo mucho
de menos.
Ahora
que soy mayor me he dado cuenta que esos años fueron sagrados para mí, gracias
a la felicidad que tuve en ellos soy como soy hoy en día y he de decir que
gracias por haber vivido todos esos momentos.
Francamente,
pienso que cuándo decía que quería ser mayor, no era demasiado consciente de lo
que decía y ahora que todos esos años han pasado desearía que hubieran durado
mucho más.
Le encantaba esa vida. Esa niña tan feliz
que era, desapareció hace mucho tiempo ya y no sabéis cuánto desearía que
volviera. Adoraba su infancia pero en ese momento no lo sabía, no sabía que las
cosas cambian con el tiempo, que las personas no son tan buenas como parecen,
que detrás de un sentimiento tan hermoso como es el amor; puede haber tanta
tristeza. No lo sabía y por eso era feliz.
Gira la cabeza y observa como caminan las
personas que hay a su alrededor; algunas con prisa y otras lentamente. Cada una
con una preocupación en mente, cada una con un miedo al que enfrentarse, cada
una con una vida que vivir.
En ese momento aparece alguien delante de
ella que jamás se hubiera imaginado que estaría aquí. Pero a veces el destino
es demasiado impredecible…
Zaragoza, 17 de abril a las 19:05…
-<<“Si multiplicamos el cociente de
esta ecuación por el resultado de la suma seguro que daré con el resultado de…
de una asquerosa tarde malempleada.”>>- piensa María, cansada de hacer
tantos problemas y no dar nunca con la solución.
No tiene ganas de seguir estudiando, pero
sabe que si no continúa; no tendrá mucho tiempo el resto de la semana. Mañana
es viernes, quiere acabar de estudiar el dichoso examen de mates y así poder
quedar con Pablo, como todos los viernes; lejos, los dos solos, en cualquier
lugar dónde nadie les vea y así poder decirle de una vez todo lo que siente;
poner las cartas sobre la mesa y esperar que el resultado sea una buena dosis
de amor.
Sueña con que sus sentimientos sean
correspondidos, con formar parte de una historia en la que sea la protagonista,
con él. Se echa en la cama y vuelve a ojear la conversación que tuvo hace unas
horas con Pablo. Le decía que le hubiera gustado poder verla esta mañana, que
necesitaba hablar un rato con ella y que ansiaba que llegara mañana. Le cree
cuando dice que quiere verla, pues desde que pasó la Cincomarzada, se han hecho
muy buenos amigos, se cuentan todo (o casi todo), quedan numerosos días y han
vivido muchos momentos juntos.
Le encanta llevarse tan bien con él. Ahora
mismo es uno de los pocos amigos que tiene y eso le ayuda bastante. Si fuera
por ella, en este mismo momento cogería la primera ropa que viera, se la
pondría y saldría pitando en su búsqueda, pero no puede hacerlo si mañana
quiere verlo.
Vuelve a soñar una vez más con él, pero
esta vez sus sueños son interrumpidos por alguien:
-
Cariño necesito que vayas al supermercado un
momento.-dice su madre a la vez que abre la puerta de la habitación de María.
-
<< ¿Al super?
Siiiiiiiiiiii y cien veces sí. Será la ocasión perfecta para escabullirme y ver
un rato a Pablo. Pero no debo parecer muy interesada, sino mamá sospechará.
>>- ¿Ahora mamá?
-
Sí. Voy a hacer tortilla para cenar y no me quedan
suficientes huevos.
-
Está bien…
-
Muchas gracias cariño. Toma aquí tienes cinco
euros. Te llega de sobras.-extiende la mano ofreciéndole los cinco euros para
que los coja.
-
Ahora salgo, dame cinco minutos.-dice mientras
acepta el billete.
-
Vale. Si quieres comprarte algún helado
cógetelo.
-
¿No hay en casa?
-
Tu padre se los acabó todos. Ya vez como de
considerado es.-masculla mientras echa una mirada asesina hacia la foto que hay
de él y su hija en la mesilla de noche.
-
No importa, ya compraré unos ahora.
-
Sí que importa porque esos eran para ti y no
para él y sus “amigos”.-dice la madre con un tono irónico.
-
Mamá dejemos el tema. Ahora salgo.-responde
María de forma tajante, invitándole a salir de su habitación.
-
Vale. Cómpralos de vainilla que esos; seguro que
no los prueba.
-
Ok.-dice maría a la vez que cierra la puerta y
echa el pestillo.
Abre el armario bastante enfadada por la
conversación con su madre. No le gusta que se meta con su padre y lo más triste
es que hacen los dos igual. Ella siempre acaba en medio de los dos y ya está
harta de esa situación. Cada día aguanta menos ese clima que hay en su casa,
dónde hasta hace unos meses, cuando su padre se empezó a codear con otra gente,
no había ninguna discusión.
Se viste rápidamente con un vaquero y una
camiseta de tirantes y sale disparada hacia la puerta. Se despide de su madre,
abre la puerta y corre velozmente hacia la calle.
Desbloquea el móvil y lee el último mensaje
que le ha dejado Pablo:
Ahora
mismo estamos en el parque de San Jorge buscando a Sara. No sabemos si está
aquí. Si por algún casual sales, ya sabes dónde encontrarnos.
Echa
un vistazo al lugar que le rodea. Calcula cuánto le puede costar llegar desde
ahí al parque y se pone a correr rápidamente. Piensa que en diez minutos puede
llegar ahí, estar un rato con Pablo y de paso preguntarle a Sara que le ocurre.
Más tarde saldrá rápido y comprará lo que le ha pedido su madre, justo para
llegar a casa con la excusa de que había una gran cola en la tienda.
A
los diez minutos llega al parque. Da un vistazo para ver si encuentra a Pablo y
decide introducirse en el lugar. Observa el tobogán lleno de críos ansiosos por
tirarse, los columpios abarrotados de niños y los padres gritándoles que tengan
cuidado. Pero no hay rastro de Pablo ni de Sara.
No
los encuentra. Rastrea la zona y piensa que se han debido ir. Pero algo le hace
salir de sus pensamientos, una voz familiar la está llamando y no de forma muy
educada.