Zaragoza, 17 de abril a las 17:10…
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¿Cómo que no bajas?
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Mi madre me ha castigado.
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¿Y no puedes convencerla?
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No, se ha enfadado muchísimo.
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¿Y qué hacemos?
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Lo dejamos para otro día ¿vale?
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Ok. A ver si quedamos pronto.
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Por supuesto.
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Un beso.
-
Un beso.
Paula cuelga el teléfono. Le fastidia que
le haya avisado en el último momento pero no ha sido culpa de Diana. Su madre y
ella tiene muchas peleas estos últimos meses y ella está al corriente de cada
una de ellas. En cierto modo siente lástima de su amiga, lo ha pasado bastante
mal y esas discusiones lo único que hacen es hacerle sentir peor, pero también
es culpa de ella, últimamente se comporta muy mal con su madre y es que después
de lo que pasó, ya no es la misma, aunque ella no puede quejarse, con ella se
comporta muy bien y le gusta que sea así de simpática con ella; su mejor amiga.
Desbloquea el móvil, mira si tiene algún
mensaje y abre el reproductor de música. Elije una canción en especial; Let her go, de Passenger. Es una de
sus favoritas.
Camina por las calles al ritmo de esta
melodía mientras observa a la gente a su alrededor; la mayoría son adolescentes
que van en grupos. Les da envidia ya que a ellos no se les ha fastidiado los
planes.
Mira el reloj; las cinco y veinte. No le
apetece volver a casa, con que opta por ir a tomar algo a un bar o cogerse un
helado. Ya está cerca el verano y tiene ganas de probar el primer helado de
todo el año. Sigue andando por una calle dónde hay muchas personas, hasta que
llega a su destino; Heladería Smile.
Siempre le pareció el nombre un poco cursi, pero la intención es bonita.
Abre la puerta y espera su turno en la cola
hasta que le toca. Elije su sabor favorito; vainilla, paga y se sienta en una
de las mesas del fondo. Juguetea con el borde del cucurucho mientras degusta su
sabor. Le encanta.
Observa una pareja entrar a lo lejos.
Parecen muy acaramelados y sonrientes. El chico mira a su novia con amor,
mientras intenta llegar a sus labios, la chica sonríe y se hace de rogar, pero
al final consigue su objetivo; besarse. Paula les mira con envidia, le
encantaría tener a alguien así en su vida, un chico en el que poder confiar,
bromear y que siempre te mire con amor; con adoración, pero sabe que no es su
caso y que jamás nadie se fijará en alguien como ella; una mosquita muerta que
nunca ha destacado en nada. Le gusta cohibirse y pasar desapercibida entre la
gente, pero a los chicos no les gustan ese tipo de chicas y por supuesto, a él
tampoco.
Se oye de fondo la puerta de la heladería
abrirse. Paula todavía no se ha dado cuenta de quién es, ya que sigue absorta
en sus pensamientos, pero ellos se encargarán de hacerse de notar, al fin y al
cabo son una pareja un tanto peculiar para que la gente no se gire a mirarlos;
ella una chica perfecta y él un chico guapillo aunque un poco cohibido, al
igual que nuestra querida Paula.
Zaragoza, 17 de abril a las 17:30…
Tirada en la cama vuelve a repasar la
conversación de esta mañana a la salida del colegio. Se la sabe de memoria pero
le encanta recordarla. No puede olvidar lo que se han dicho y es que este chico
cada día le encanta más; ama su simpatía, su sonrisa, su desdén y hasta su don
para volverle loca. Ojalá pudieran quedar algún día y tomar algo como buenos
amigos o quizás como algo más; un supuesto novio tal vez.
Quiere estar todo el tiempo posible junto a
él, quiere conocerle, confesarse secretos y preocupaciones interiores, quiere
decirle que quince minutos a su lado no le son suficiente, quiere enamorarse
más de él; de sus pocos defectos y sus numerosas virtudes, quiere atreverse a
confesar lo que siente, sencillamente quiere estar cada segundo de su
insignificante vida junto a él; el chico que tanto tiempo llevaba esperando y
que por fin ha llegado, su alma gemela, la persona que es capaz de hacerle
sonreír y sufrir al mismo tiempo y de la que jamás se cansaría de hablar.
Coge el móvil que hay al lado de su mesilla
y lo desbloquea. Mira el último mensaje que le han dejado y comprueba que no es
de él. Siente una pequeña desilusión pero todavía sigue sonriente por lo de
esta mañana, sabe que jamás se le olvidarán sus palabras; “A mí me gustan las chicas de otro estilo, como tú”.
Se le iluminan los ojos cada vez que
recuerda esta frase y como una tonta enamorada empieza a escribir su nombre por
todos sus cuadernos. Le encanta su nombre, tanto como le encanta él. Lo lee
para sí misma un par de veces y acaba tirada en la cama con una hoja en dónde
está escrito su nombre, encima de su tripa. Cierra los ojos y vuelve a soñar
despierta, como siempre que piensa en él. Sueña un baile de final de curso; él
vestido con un esmoquin, una camisa blanca y una pajarita; un atuendo quizás un
poco formal, pero aún así sigue estando guapísimo; ella con una bonito vestido
azul celeste, ajustado por la parte de arriba y con caída por abajo. Bailan
juntos al ritmo de una de esas canciones romanticonas junto a otras parejas,
pero ellas no importan, en ese momento solo importan ellos dos; él a ella y
ella a él. Se miran sin dejar de sonreírse y justo cuando llega el momento del
beso, el momento “final feliz” de todas las películas, entra su madre para
hacerle aterrizar de nuevo en la tierra.
-
Cariño, hay alguien que pregunta por ti.
-
¿Quién es?- pregunta Pilar un tanto extrañada y
molesta por la interrupción.
-
Dice que es compañero tuyo.
-
¿Y su nombre?
-
No me lo ha querido decir, pero me ha dicho que
te diga que el momento de pasar más tiempo juntos ya ha llegado. Un poco raro
¿no te parece?
Pilar se dirige a la puerta corriendo, obviando
el comentario último de su madre. Desea con todas sus fuerzas que sea él, que
no se trate de una jugarreta de su madre, de ser así se enfadaría bastante. Y
después de recorrer el interminable pasillo que hay desde su habitación hasta
la puerta, descuelga el telefonillo y pregunta quién es:
-
¿Hola?
-
Hola Pilar.
-
Hola Nacho.-<<¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Es
él!!!!!!!!>>
-
¿Quieres bajar a tomar algo? Te invito
-
Vale, espérame cinco minutos que me cambio y
bajo.
Cuelga el telefonillo y rápidamente corre
hacia su habitación para elegir la ropa adecuada. Tiene que ser bonita y
agradable, no puede salir demasiado escotada ya que se daría cuenta de que le
gusta, si es que no lo sabe. Finalmente escoge una camiseta básica verde clara
y unos pantalones azules marinos; la mezcla perfecta. Va hacia el baño, dónde
se peina y se maquilla un poco y luego corre escaleras abajo para llegar al
portal y ahí está, el chico de sus sueños, esperándola serenamente y sin prisa.
No puede evitar quedarse parada en el instante en que lo ve, pero a los pocos
segundos reacciona y sale a saludarle:
-
Hola Nacho.
-
Vaya, que poco has tardado, pensaba que te
costaría más.
-
Yo soy muy rápida.
-
Y a pesar de haber tardado tanto estás
guapísima.
-
Muchas gracias.-se ruboriza sólo de pensar que
la ha mirado. Le encanta que le diga que está guapa aunque podría haberse
esmerado un poco más, pero no quería hacerle esperar.
-
No hay que darlas.
Los dos caminan juntos, muy próximos el uno
del otro. Le encanta estar tan cerca de él, ama su olor, su esencia, su todo.
Es tan… indescriptible.
-
¿Dónde te apetece tomar algo?
-
Dónde quieras. Al fin y al cabo tú me invitabas
¿no?
-
Cierto, pero no sería del todo una invitación si
no te dejara elegir el lugar.
-
Eres el perfecto caballero.-sonríe.- ¿Eres así
siempre?
-
Contigo sí.
-
Eso se lo dirás a todas.
-
Si con todas te refieres solo a ti, por
supuesto.
-
Sabes que no me refiero solo a mí.
-
Y tú sabes que te digo la verdad.-sonríe con
picardía.
-
Cambiemos de tema.
-
Mejor.-No le gusta discutir con ella, aunque
sean peleas tontas. Cada día le gusta más y sabe perfectamente que el
sentimiento es recíproco- ¿Y bien? ¿Dónde tomamos algo?
-
He oído hablar muy bien de una heladería. ¿Te
apetece ir?
-
Por supuesto.
-
Perfecto, entonces sígueme.
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