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viernes, 13 de septiembre de 2013

Capítulo 17

Zaragoza, 17 de abril a las 18:50…
-          << ¡Qué aburrimiento de tarde! Si la pesada de mi madre me hubiera dejado salir, ahora estaría pasándomelo genial con Paula. Siempre tiene que estropearlo todo…>>
Sentada en la silla de su escritorio, Diana intenta estudiar por enésima vez las oraciones subordinadas. Hoy le cuesta más que otros días. Su madre se ha pasado con la tontería de no dejarle salir de casa. Necesita aire fresco, salir, pasear, olvidarse de las oraciones coordinadas, subordinadas y todo ese temario que hoy no le entra en la cabeza.
No sabe muy bien si abrir la puerta de su cuarto y salir hacia el salón para pedirle a su madre salir un poco. Tiene miedo de volver a discutir y no quiere tener más problemas. Le duele bastante discutir con ella, pero a veces es demasiado controladora.
Finalmente cierra los libros y sale hacia el encuentro de su madre, repitiéndose para sí misma que no se puede enfadar con ella si quiere que le deje salir. Cuando llega al salón, observa a su madre viendo la tele sentada en el sofá. Se ha percatado de su presencia pero no quiere mirarle a la cara. Diana se queda en silencio y abre la boca con intención de decir algo, pero las palabras se quedan en su garganta; no quieren salir. La madre se da cuenta y decide romper el silencio;
-          ¿Qué quieres Diana?- pregunta la madre posando una de esas miradas penetrantes en su hija.
-          Mamá –empieza Diana- sé que me he portado un poco mal antes, pero por favor, déjame salir. Me duele la cabeza y necesito tomar aire fresco. Hoy no me entra nada en la cabeza. Te lo suplico; déjame quedar hoy. Te prometo que mañana estudiaré el doble para amortizar la salida de hoy.-mira a su madre con una cara de súplica. Hay silencio entre las dos. Parece que la súplica de Diana ha funcionado, pero algo hace que la madre se vuelva a poner firme y se niega a dejarla salir.
-          Diana, mañana es viernes; podrás salir toda la tarde, así que; ¿por qué no aprovechas hoy para estudiar un poco? No dispondrás de mucho tiempo estas semanas y todo el que puedas reunir será poco.
-          Pero mamá, ya te he dicho que hoy no me entra nada. Por mucho que intente estudiar no voy a conseguir memorizar lo más mínimo.
-          Te he dicho que no y no me discutas. No quiero volver a tener la misma pelea de siempre.
-          Pero…
-          Nada de peros. Y ahora vete a tu habitación. –responde su madre de manera tajante, negándose a continuar la conversación.
Diana decide hacer caso a su madre y se retira a su cuarto. Cierra la puerta de manera brusca y se tira en la cama. Quiere salir y lo va a hacer tanto si le deja su madre como si no.
Coge un bolso y pone en él, su móvil y el monedero que había cogido antes de que su madre chafara sus planes. Se alisa un poco la ropa que no se quitó antes, abre la ventana y observa la distancia que hay hasta el suelo. Afortunadamente es un bajo y no hay mucha altura, así que se sienta en el borde y da un salto. Cae de pie y rápidamente se aleja de su casa para que nadie la pueda reconocer.  Coge el móvil y marca el número de Paula, pero no le contesta. Vuelve a marcarlo y tampoco. Decide llamar a otra persona para ver si está con ella y así poder quedar también. La elegida es Sara, la cual tampoco contesta a su llamada. Parece como si todos hubiesen apagado sus móviles a propósito.
Camina hasta un parquecito. Se sienta en su banco mientras piensa con quién quedar. Barajea la posibilidad de llamar a Pilar, pero tampoco le contesta. Maldice en voz baja y se da por vencida. De repente se le pasa por la cabeza llamar a alguien, pero desecha esa idea en el momento que se da cuenta que no tiene su número. Es curioso que se sienta atraída por alguien del que ni siquiera hace un mes conocía.
Tira la toalla y mete el móvil en su bolso. Observa a los niños jugar entre ellos y no puede evitar sonreír. Esa escena le hace recordar a su infancia; una infancia alejada de preocupaciones y de quebraderos de cabeza. Cierra para sí misma y reflexiona en una entrada que leyó hace unos días en un blog:


Cuando era pequeña, siempre me iba a dormir temprano para levantarme cada mañana con más fuerza. Me encantaba ir al colegio para estar con mis amigos. Después deseaba que fuera la hora de recoger e ir al parque dónde era amiga de todos y si había algún niño nuevo, a los dos minutos jugábamos como amigos de toda la vida. Recuerdo que siempre estaba sonriendo y mi mayor problema era que mis padres no me querían comprar ese muñeco que tanto pedía. También me acuerdo de que cuándo quería algo, lo primero que hacía era echarme a llorar como una loca para que mis padres se hartasen y me compraran lo que tanto deseaba. Adoraba correr, algunas veces mis padres se enfadaban conmigo por escaparme tanto, pero después; cuándo les miraba con esa carita de niña buena que poseemos todos los niños pequeños, se les pasaba. Muchas veces, cuándo veía a los mayores hablar y yo no entendía de que hablaban, la verdad no me importaba mucho, pues no conocía lo que era la tristeza y en ocasiones cuándo se me ocurría preguntar "¿qué pasa?", ellos me respondían "cosas de mayores". En esos momentos deseaba ser mayor
Reconozco que esos años fueron los mejores de mi vida y que en ocasiones los echo mucho de menos.
Ahora que soy mayor me he dado cuenta que esos años fueron sagrados para mí, gracias a la felicidad que tuve en ellos soy como soy hoy en día y he de decir que gracias por haber vivido todos esos momentos.
Francamente, pienso que cuándo decía que quería ser mayor, no era demasiado consciente de lo que decía y ahora que todos esos años han pasado desearía que hubieran durado mucho más.

Le encantaba esa vida. Esa niña tan feliz que era, desapareció hace mucho tiempo ya y no sabéis cuánto desearía que volviera. Adoraba su infancia pero en ese momento no lo sabía, no sabía que las cosas cambian con el tiempo, que las personas no son tan buenas como parecen, que detrás de un sentimiento tan hermoso como es el amor; puede haber tanta tristeza. No lo sabía y por eso era feliz.
Gira la cabeza y observa como caminan las personas que hay a su alrededor; algunas con prisa y otras lentamente. Cada una con una preocupación en mente, cada una con un miedo al que enfrentarse, cada una con una vida que vivir.
En ese momento aparece alguien delante de ella que jamás se hubiera imaginado que estaría aquí. Pero a veces el destino es demasiado impredecible…


Zaragoza, 17 de abril a las 19:05…
-<<“Si multiplicamos el cociente de esta ecuación por el resultado de la suma seguro que daré con el resultado de… de una asquerosa tarde malempleada.”>>- piensa María, cansada de hacer tantos problemas y no dar nunca con la solución.
No tiene ganas de seguir estudiando, pero sabe que si no continúa; no tendrá mucho tiempo el resto de la semana. Mañana es viernes, quiere acabar de estudiar el dichoso examen de mates y así poder quedar con Pablo, como todos los viernes; lejos, los dos solos, en cualquier lugar dónde nadie les vea y así poder decirle de una vez todo lo que siente; poner las cartas sobre la mesa y esperar que el resultado sea una buena dosis de amor.
Sueña con que sus sentimientos sean correspondidos, con formar parte de una historia en la que sea la protagonista, con él. Se echa en la cama y vuelve a ojear la conversación que tuvo hace unas horas con Pablo. Le decía que le hubiera gustado poder verla esta mañana, que necesitaba hablar un rato con ella y que ansiaba que llegara mañana. Le cree cuando dice que quiere verla, pues desde que pasó la Cincomarzada, se han hecho muy buenos amigos, se cuentan todo (o casi todo), quedan numerosos días y han vivido muchos momentos juntos.
Le encanta llevarse tan bien con él. Ahora mismo es uno de los pocos amigos que tiene y eso le ayuda bastante. Si fuera por ella, en este mismo momento cogería la primera ropa que viera, se la pondría y saldría pitando en su búsqueda, pero no puede hacerlo si mañana quiere verlo.
Vuelve a soñar una vez más con él, pero esta vez sus sueños son interrumpidos por alguien:
-          Cariño necesito que vayas al supermercado un momento.-dice su madre a la vez que abre la puerta de la habitación de María.
-          << ¿Al super? Siiiiiiiiiiii y cien veces sí. Será la ocasión perfecta para escabullirme y ver un rato a Pablo. Pero no debo parecer muy interesada, sino mamá sospechará. >>- ¿Ahora mamá?
-          Sí. Voy a hacer tortilla para cenar y no me quedan suficientes huevos.
-          Está bien…
-          Muchas gracias cariño. Toma aquí tienes cinco euros. Te llega de sobras.-extiende la mano ofreciéndole los cinco euros para que los coja.
-          Ahora salgo, dame cinco minutos.-dice mientras acepta el billete.
-          Vale. Si quieres comprarte algún helado cógetelo.
-          ¿No hay en casa?
-          Tu padre se los acabó todos. Ya vez como de considerado es.-masculla mientras echa una mirada asesina hacia la foto que hay de él y su hija en la mesilla de noche.
-          No importa, ya compraré unos ahora.
-          Sí que importa porque esos eran para ti y no para él y sus “amigos”.-dice la madre con un tono irónico.
-          Mamá dejemos el tema. Ahora salgo.-responde María de forma tajante, invitándole a salir de su habitación.
-          Vale. Cómpralos de vainilla que esos; seguro que no los prueba.
-          Ok.-dice maría a la vez que cierra la puerta y echa el pestillo.
Abre el armario bastante enfadada por la conversación con su madre. No le gusta que se meta con su padre y lo más triste es que hacen los dos igual. Ella siempre acaba en medio de los dos y ya está harta de esa situación. Cada día aguanta menos ese clima que hay en su casa, dónde hasta hace unos meses, cuando su padre se empezó a codear con otra gente, no había ninguna discusión.
Se viste rápidamente con un vaquero y una camiseta de tirantes y sale disparada hacia la puerta. Se despide de su madre, abre la puerta y corre velozmente hacia la calle.
Desbloquea el móvil y lee el último mensaje que le ha dejado Pablo:

Ahora mismo estamos en el parque de San Jorge buscando a Sara. No sabemos si está aquí. Si por algún casual sales, ya sabes dónde encontrarnos.
Echa un vistazo al lugar que le rodea. Calcula cuánto le puede costar llegar desde ahí al parque y se pone a correr rápidamente. Piensa que en diez minutos puede llegar ahí, estar un rato con Pablo y de paso preguntarle a Sara que le ocurre. Más tarde saldrá rápido y comprará lo que le ha pedido su madre, justo para llegar a casa con la excusa de que había una gran cola en la tienda.
A los diez minutos llega al parque. Da un vistazo para ver si encuentra a Pablo y decide introducirse en el lugar. Observa el tobogán lleno de críos ansiosos por tirarse, los columpios abarrotados de niños y los padres gritándoles que tengan cuidado. Pero no hay rastro de Pablo ni de Sara.
No los encuentra. Rastrea la zona y piensa que se han debido ir. Pero algo le hace salir de sus pensamientos, una voz familiar la está llamando y no de forma muy educada.


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